El cielo se estaba oscureciendo, pues languidecía el día, y no encontraba trabajo. Mi mujer y yo habíamos salido a buscar trabajo, pues la situación en estos tiempos, ha dejado a algunos, al margen. Me habían pasado la información, de que a lo lejos, en una casona vieja, estaban buscando gente para trabajar. Entonces quise probar suerte.
Al entrar en aquel lugar, daba la impresión de ser una casona rústica, como de antaño; cuando las casas de esta zona eran de adobe, de paredes altas, y el piso de tierra. El olor a tierra húmeda podía percibirse en el ambiente, de luces tenues, con puertas grandes, y ventanas de madera, con barrotes de fierro.
Estaba sentado en una banca de madera, junto a otros hombres tan desafortunados como yo. Oraba silenciosamente, haciendo promesas, para que Dios me diese una oportunidad. Pedía perdón por mis errores. Todo lo hacia porque tenia una familia que mantener, y no es de hombres quedarse sin hacer nada.
Nos encontrábamos en una especie de "salita" de espera, mejor dicho, una habitación que estaba al lado. de lo que al parecer era una taberna; pues detrás de la puerta de madera se oían voces de hombres que hablaban, reían, y brindaban en voz alta. Parecía el banquete de una fiesta.
Se abrió la puerta de esa habitación. Salían cuatro hombres. Tres de ellos eran altos, robustos, blancos de aspecto ibérico. El otro era un joven trigueño, de mediana estatura. con una mochila al hombro derecho. En su conversación el joven les dijo que se retiraba, y asi lo hizo. Salio por la puerta principal, hacia una especie de huerto, que daba a la calle. El mayor de los tres hombres hizo un ademán con la cabeza hacia los otros dos que lo flanqueaban, en señal de que escoltaran al visitante. Poco después volteó la mirada hacia nosotros que estábamos esperando impacientes.
- ¡Buenas noches caballeros. Han venido por la oferta de trabajo! ¡Pues bien, han llegado en un buen momento, puesto que tenemos trabajo!
Esas palabras me llenaron de alegría, por fin, trabajo, ya no mas deudas, ya no mas angustias, ahora podía hacer planes, ahorrar, poner un negocio, pero antes, comprar alimentos, disfrutar un momento, y darnos "un gustito" después de tanto tiempo. Es que no hay mal que dure cien años. Y así venían muchos proyectos a mi mente. Ese instante parecía eterno.
- A ver ¿quién de ustedes es bueno para los cálculos? - preguntó aquel hombre, cuya voz grave vino a cortar de golpe mis sueños. Pero que importa, tenia otra vez trabajo, y aquel hombre parado frente a mi, lo había hecho posible.
Levanté la mano, mirándole fijamente a los ojos para no mostrar algún signo de debilidad, que lo obligue a desconfiar de mi.
- ¡Muy bien! - me dijo, luego añadió - ¡Los demás por favor pasen y suban para que les digan lo que van a hacer! - y mirándome fijamente a los ojos, prosiguió - ¡A usted le tengo que decir en que consiste el trabajo!.
Momentos antes, mientras esperábamos al dueño del lugar, oí la conversación de los que sentados a mi costado estaban, decían que uno de los trabajos, era con números y que no debían dudar. Entonces seguí estos consejos y trate de ser lo mas asertivo posible.
- ¡Mira, por lo visto eres inteligente! Eso lo sé por tu forma de mirar, el trabajo para ti va a ser sencillo, solo vas a tener que escribir números. Yo de estas cosas no sé nada. - dijo en tono amigable. Su voz me inspiro confianza, ¿escribir números?, tal vez consistirá en llevar cuentas, registrar la contabilidad de su negocio - Mira mejor será que subas hasta el tercer piso, al fondo hay una biblioteca dile al joven que te proporcione los libros que vas a utilizar, luego vienes - Moví la cabeza en ademan afirmativo, y cruce la puerta.
No eran pisos, eran niveles, parecía que la casa estaba construida recostada en un cerro, no tenia escaleras solo unos desniveles de tierra. Tras la puerta no había una taberna, solo un gran salón en forma de L con mesas y sillas, cuyas divisiones del ambiente tripartito eran arcos.
Llegue al tercer nivel, allí había una escalera de piedra, con un pasadizo oscuro que conducía a una puerta abierta de donde salia una luz clara. Al llegar al lugar un joven que estaba allí me indicó que escogiera de un estante los libros que necesite.
- ¿Que libro? - pregunte un poco contrariado.
- Escoge el que creas conveniente - me respondió. Los libros eran antiguos de tapa gruesa y hojas amarillas. Luego me acerco un pequeño libro abierto, y añadió, señalando con el indice una de las paginas - tal vez te interese esto - Pero no hice caso, cerré el pequeño libro, pues al parecer un diccionario no me seria de mucha utilidad.
Al regresar al primer nivel, pude percatarme que la supuesta taberna estaba vacía, también lo estuvo al subir, algo extraño, pero estaba entusiasmado con el empleo, que no me importó.
- El trabajo es sencillo, como te vuelvo a repetir, vas a escribir números. solo eso, la condición es que no debes dudar, pues las consecuencias no son nada agradables - Esta ultima oración me intrigo aun mas, tal vez aquel tipo no era muy inteligente que digamos y las palabras que decía, eran producto de su poca educación - Acompáñame al segundo piso - Me dijo, mientras caminábamos a traes del salón en forma de L.
Al entrar al segundo nivel pude ver que dicha habitación no tenia muebles, de una de las paredes sobresalían unas molduras como de madera que parecían las patas de una res, uno, dos, tres, eran ocho patas en total, en ambos lados de cada pezuña había unas esferas que parecían de carey, si el carey ese material que servia para hacer los peines, botones de antaño, encima de la pezuña una moldura con forma de una reducida cabeza humana, dichas molduras rebasaban lo extravagante, abordando lo profano.
- ¿Ves esas esferas fijadas al piso? - me preguntó aquel hombre de voz grave.
- Si - le respondí.
- En esas esferas vas a escribir los números que calcules, lo harás todos los días, pero no debes dudar, ni demorar tampoco.
Aquellas palabras eran totalmente confusas, ¿escribir números allí?¿que números?¿como diablos los obtendría? Aquellas palabras me resultaban tan extrañas, mas que todo el lugar en si.
- No entiendo - interrumpí - ¿Que números debo escribir en esas esferas?.
-¿Es en serio? - respondió en tono burlón - Pensé que ya sabias hombre. Es sencillo, solo tienes que escribir los números que lleguen a tu mente.
Adopte una actitud sumisa, aquella actitud que adoptan los hombres que nada tienen, y a la vez tienen mucho que perder. Ali que cogí una pluma y un tintero y me agache sobre una de las molduras para iniciar aquel absurdo ejercicio, Total, trabajo es trabajo, y aquel hombre de voz grave es el que paga.
El hombre de voz grave abandonó la habitación, mientras que yo escribía números sin seguir algún patrón predeterminado. Hacia caso a las palabras de aquel hombre. El ambiente de aquella habitación iluminada con velas, despedía aquel inconfundible olor a tierra húmeda. Iba escribiendo por la cuarta moldura, cuando de pronto la duda se sumergió en mi mente. ¡Ningún numero se me ocurría! ¡Que extraño parecía!. En ese instante la habitación empezó a oscurecerse, las velas disminuían su brillo, el olor a tierra húmeda se hacia mas intenso, y el frío empezó a invadir esa habitación.
Con la mirada puesta hacia las velas, podía presenciar aquel espectáculo, propio de una pesadilla. Al volver la vista a las molduras para continuar el trabajo. Pude ver que las cabezas reducidas sobre las pezuñas, parecían cobrar vida. Esos pequeños rostros arrugados parecían hacer gestos, como si quisieran salir de aquella prisión que los mantenía fija. Me levanté rápidamente, con la pluma y el tintero en la mano. Aquel espectáculo no era normal.
Al bajar al primer nivel pude distinguir en la oscuridad la silueta de hombre de mediana estatura, al acercarme a aquel tipo, pude ver que se trataba de un hombre de unos cincuenta años, de tez trigueña, cabello corto y rizado, con anteojos de marco grueso. Aquel tipo hizo un ademan de saludo. No puedo negar que tenia miedo mezclado con perplejidad.
- ¿Qué está pasando amigo? - pregunto el tipo, estaba tranquilo. Su tono de voz, me dio calma, y respondí.
- Estaba escribiendo unos números en aquella habitación, solo demoré un instante y de pronto pasaron cosas extrañas - respondí con voz nerviosa, como si algo malo hubiera hecho.
- Dudaste amigo. Mira en estos casos no sirve dudar porque de lo contrario esa habitación se torna fea. Luego unos aparecidos te empiezan a perseguir.
¿Aparecidos?¿qué carajos habla este hombre?
Un frió sepulcral me rodeaba desde la espalda. Al girar pude ver un espectro que me dejó atónito, aquel ser estaba parado frente a mi con su mirada puesta en mi rostro.
- No lo mires de frente, si lo haces se vuelve violento - Me dijo el tipo de anteojos que estaba parado a mi costado.
Entonces desvié la mirada. Quería reparar todo. Me propuse volver a la habitación para terminar de escribir los números. Determinado hacerlo pude rodear al espectro y me dirigí a la puerta de la habitación subiendo por el desnivel de tierra. Al entrar en la habitación me desvanecí y perdí el conocimiento.
Desperté lentamente. Cuando recupere el conocimiento, pude darme cuenta de que estaba sentado en un rincón del salón en forma de L. Mi cabeza estaba apoyada sobre mis brazos, que cruzadas yacían sobre la mesa. Vi al hombre de voz grave que se acercaba a mi y me dijo:
- Te quedaste dormido amigo, es hora de comer. Imagino que debes tener mucha hambre, saca un plato y ve a la cocina para que te sirvan a tu gusto.
Todo era una pesadilla. Me había quedado dormido, pensé. Es que estaba cansado, tantos días de caminar, y comiendo poco. Pero que fea pesadilla.
En los tres ambientes de ese salón habían grandes mesas. En uno de los ambientes se sentaba el hombre de voz grave, tenia dos acompañantes una a cada lado, eran delgadas, morenas, de piel canela, cabello largo y rizado de un color negro azabache. En otra de las mesas del segundo ambiente estaban los otros dos hombres altos también acompañados de mujeres morenas y delgadas. Al fondo había una mesa larga, alrededor de ella habían niños de unos seis o siete años, jugaban unos con otros. En la esquina próxima a mi estaba sentada una mujer delgada tez trigueña, cabello pintado de color caoba, con las cejas depiladas. Parecía ser la nana de los niños.
Me hice paso por el salón, rumbo a la habitación del segundo nivel. Quería saber si todo estaba como en mi pesadilla. Estaba caminando cuando de pronto una niña se puso de pies sobre una silla.
- Luego vienes para jugar,
Al dirigir la mirada hacia la niña. Pude ver que su rostro era de madera. Otra vez el estremecimiento ¿Será una máscara?. Volví de mis cavilaciones y respondí:
- Si luego jugaremos a la ronda del lobo.
- Que aburrido - respondió la niña.
Seguí mi camino. Y otra vez me puse a pensar. Será tal vez que aun no he salido de mi pesadilla. Este horrible sueño aun no termina.
Al llegar al segundo nivel. Todo parecía normal. De pronto una cara familiar. Era mi mujer que estaba allí en la cocina. Estaba muy contenta pues había conseguido trabajo de ayudante de cocina. Cerca a ella una mujer regordeta de cabellos canos, de unos sesenta años de edad. Las cocinas eran a leña, sobre las cocinas a todo fuego, sendas ollas de enorme tamaño. sobre la pared colgado de unos ganchos estaba la carne de cerdo, solo los torsos.
- ¿Donde están los platos? - pregunte a mi mujer.
- Allí arriba en el tercer piso - me respondió con esa linda sonrisa, que suele ella tener.
Subí al tercer nivel. No estaban el pasadizo ni la biblioteca. Era extraño. Sin embargo había otro ambiente que parecía una cocina. Había una mesa sobre la cual estaban apilados unos enormes platos.
En el lugar había una joven señorita de unos quince o dieciséis años, con otra mujer de avanzada edad. La mujer se metió por una puerta hacia otro lugar. Le pregunté a la joven que platillo estaban cocinando. Ella me dijo que estaban sancochando carne, solo carne.
El olor era característico de la carne de cerdo, parecía chicharrón o jamón cocido. Me acerqué a la olla para ver y solo habían torsos. ¿Dónde estaban las cabezas, o las piernas?.
La chica sacó un plato del montón y se dispuso a servir. Cuando sacó uno de los torsos de la olla, pude darme cuenta que la fisonomía de la pieza no era la de un cerdo. Puesta sobre la mesa, inspeccioné ese torso. Un espasmo aterrador invadió todo mi cuerpo. Era el torso de una persona. Todos esos torsos eran de personas. ¡Mierda! ¡Qué lugar es éste!.
- ¡Pronto! ¡salgamos de aquí! - Le dije a la joven. Ella soltó la pieza de carne y me siguió.
Al llegar a la cocina me acerque a mi mujer, tomándola de la mano, le dije en voz baja, que saliéramos de ese lugar lo mas pronto posible. Ella contrariada no quería dejar el lugar. Le pedí que confiara en mi. Tal vez mi rostro de preocupación, la alertó.
Salimos de la cocina rumbo al salón tripartito en forma de L. Todos nos quedaron mirando. Avanzamos rápidamente hacia la puerta principal. El hombre de voz grave se acercó a nosotros y me preguntó:
- ¿A dónde van?¡Aún no se ha servido el banquete!
- ¡Surgió un imprevisto y nos tenemos que ir! - Le dije mientras seguíamos avanzando.
Mi mano asido fijamente a la mano de mi mujer. Cruzamos la puerta principal. La joven ya no estaba con nosotros. Ya en el huerto que daba a la calle, percibimos un olor a mierda. Ese hedor provenía del suelo de aquel lugar, que en realidad era un cementerio y no un huerto. En mi mente pude imaginar como el hombre de voz grave le hacia un ademan con la cabeza a sus dos guardias para que nos siguieran.
Llegados al pórtico. Este era una puerta de fierro de dos hojas, sin cerrojo. Hice que mi mujer cruzara hacia la calle, mientras que yo me quedaría para cuidar que nadie mas atravesara la puerta.
Mi resolución era absoluta, no formaría parte del festín de esos demonios. Abracé con mi brazo izquierdo las hojas de aquel portón. Mi mujer no quería avanzar, quería quedarse conmigo.
- ¡Vete rápido! . le dije.
- ¡No por favor!¡Vámonos! - respondió suplicante.
- ¡Vete a la casa! ¡Nadie esta cuidando a nuestros hijos!
- Ella avanzó desesperada.
Al dar la vuelta pude ver a los dos hombres altos parados frente a mi. Tuve una extraña sensación de quietud. A pesar de que sus facciones se desfiguraban en horrendas caras, no me invadió el miedo. Al contrario, una inmensa ira surgía desde el fondo de mi corazón. Si este era el mal debía enfrentarlo.
Toda mi vida había sido jodida por estos extraños y mezquinos seres, que se deleitan con la miseria humana. Siempre habían sido penurias, enfermedad, pobreza, llantos, injusticia. Estaba cansado de todo eso. Recordé una vieja promesa que me hice: "Si alguna vez me encontrara cara a cara con el demonio, lo enfrentaría. Yo seria capaz de patearlo por toda la eternidad".
Pues bien fijé mis ojos de ira sobre esos seres. Y les dije:
- ¡Hasta aquí!, ¡No más! ¡Ahora me toca a mi!
De pronto, ya no eran enormes espectros fornidos. Al contrario, eran unos escuálidos engendros que huían despavoridos hacia la casona de adobe.
FIN
bien
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